martes, 23 de septiembre de 2008

la exposición



El tiempo y el espacio son anárquicamente caprichosos, a veces como la teoría del caos del fuego en la que, si nos quedamos mirando cada llama, nunca es igual, por mucho que el conjunto nos parezca siempre el mismo.

Un día nace alguien con un retrato en su mirada. En otro momento, el llanto en un paritorio suena a música celestial. Por allá, en la primera limpieza a un bebé, sus movimientos se hacen rítmicos y parece danzar.

Las vidas de las personas dan tumbos y, en muchas ocasiones, vueltas de campana que no saben dónde las llevarán.

Un puñado de personas se dan cita en un lugar para ver una amalgama de cuadros que tienen en común su autor; ese que nació con un retrato en su mirada. La conjunción de conversaciones entre los diferentes grupos de asistentes se convierte en un bullicio en el que, para hacerte oír, casi tienes que gritar. Varios críos corretean de aquí para allá y se hacen notar por encima de la multitud. De repente surge una figura en un rincón, cual espectro negro que emerge de algún cuadro de la pared y, poco a poco, va tomando forma de mujer. Sus piernas se mueven y sus zapatos provocan un repiqueteo hipnotizante sobre el inapropiado y escurridizo suelo. El tiempo se ha detenido y el silencio absoluto es insultante. Ella es el bebé de aquellos movimientos rítmicos. Gira, da la espalda y extiende la mano hacia la nada, solicitando algo. Entre las pinturas de la pared hay una con objetos sobre estantes. Uno de ellos es una antiquísima radio de válvulas. Como si la punta de los dedos de la delicada mano solicitante de la bailarina la hubiera puesto en marcha, fluye un canto que no rompe el silencio, si no que lo acompaña en un sueño imposible. Al igual que pasó con la bailarina, la voz toma forma de mujer; aquella cuyo llanto era música celestial.

Ni el más sensible de los hipotéticos creadores hubiera imaginado que tantos tumbos y vueltas de campana tuvieran tan delicada confluencia en el tiempo y en el espacio. Ese canto y aquel baile, cuyos estilos en teoría son técnicamente incompatibles, se funden en un anárquico dulce caos pirotécnico, dándose la mano en un único canto y un único baile. En la retina se incrustan bellísimas fotografías, alimentadas por suspiros de pausa imposible, acompañadas de la única melodía capaz y sobre un fondo de lujo formado de paisajes, frutas, objetos y rostros; creando el más hermoso de los cuadros dentro de otro cuadro. Como broma creada por semejante fusión, en una de las obras de la pared el autor mira el espectáculo y ve todos los rostros, pareciendo adivinar que cada persona a la que pertenecen cree que es el único espectador.

En un instante estallan los aplausos y la imagen se evapora, pero no desaparece, penetra en la mente y se queda grabada a fuego, obligándose a si misma a no irse jamás.

La energía no se crea, ni se destruye, ni tampoco se transforma; se proyecta.

Transmitir algo que remueva los sentimientos en alguna dirección, no solo está al alcance de unos pocos, si no que no se puede hacer a conciencia.

Con el arte se nace, pero la magia se crea. No esa magia artificial de trucos sacados de una manga, si no la magia de verdad, la que no tiene mangas, la que se respira, la que se toca, la que se saborea, la que se oye, la que se ve, la que se siente en el corazón, se expande por cada milímetro del cuerpo, remueve el alma y hace que todo entre en ebullición.

Siempre había dicho que cualquier persona que dedica parte de su tiempo a crear arte para el disfrute ajeno, independientemente del resultado final, es digna de mi más sincera admiración simplemente por eso, por "dedicar parte de su tiempo a crear algo para el disfrute ajeno". Con lo vivido, la cita se hace añicos y, al volver a unir todos los trozos, se transforma quedando como sigue: Si creas arte para el disfrute ajeno, dedica parte de tu tiempo a buscar artistas dignos para uniros, independientemente de cómo pienses que puede ser el resultado final, porque es posible que éste te deje más que sinceramente admirado.

Desde la mota de polvo que soy en el espacio solo ruego una cosa para los que fuimos testigos y, sobre todo, por los que no pudieron asistir: que ese momento, aunque único, no sea irrepetible.

Gracias por ese instante mágico en el que todo se paró en el Universo y su punto de fuga se materializó tras una columna en un rincón de un edificio.

Dedicado a:
(Por orden alfabético)
Estrella García Varilla
Juan Manuel García Varilla
Susana Julián García


parawallo
17 de junio de 2008

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