lunes, 22 de septiembre de 2008

la bici y la lluvia



Llueve y todo se empapa de vida. El cielo se limpia. La tierra huele a dos meses de verano en el pueblo cuando ibas al cole. Las flores sonríen y su fragancia penetra sin quererlo. Las hojas de los árboles lloran de emoción y nos gritan que son verdes, que el gris no es su color. Los desagües de los canalones escupen tierra; luego polvo; luego agua; el agua; la agua; tan necesaria para vivir. Los pantanos abren sus ojos y extienden sus brazos, dando gracias y pidiendo que no pare hasta que sus estómagos queden totalmente saciados.

La lluvia también cae sobre los velociraptores metálicos, que se retuercen, gimen y expulsan su violencia, como si fuesen gremlis comiendo dentro de una bañera llena a las tres de la madrugada. Gritan, aullan, se pelean, se golpean, pierden por completo el control. Los habitantes de sus entrañas se vuelven locos por completo, rugen, cambian de color, se vuelven rojo brillante y los ojos les están a punto de saltar de sus órbitas. Los velociraptores han perdido adherencia, velocidad, confianza, monstruosidad; se vuelven vulnerables, accesibles, inseguros. Sus presas más preciadas, los homociclus-urbanitas, pasan a su lado sonriendo y saludando. El velociraptor observa impotente cómo se alejan más rápido que de costumbre, y lo más que puede hacer es patalear y berrear con su sonido agudo, insoportable y ensordecedor.

Adiós velociraptor, hoy se ha vuelto a escapar tu presa.

La lluvia; el agua; la agua; tan necesaria para vivir. A mi me da vida, alegría, felicidad. Disfruto de ella, disfruto con ella.

Santiaga, mi ciclus-galopantis, parece decirme: "gracias, mis tubulares lloran de alegría".

parawallo
17 de junio de 2008

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