lunes, 31 de agosto de 2015

caminar estático



Miraba con la calma y tranquilidad de otro tiempo perdido en los confines de los siglos. Le asaltaban recuerdos de un futuro que siempre imaginó y nunca llegaba.

Sensaciones no vividas que le eran familiares.

Realidades ajenas a la verdad.

Alrededor todo se desarrollaba de manera vertiginosa e inexplicable. Le parecía imposible poder saborear, disfrutar o vivir algo a esa velocidad.

Llegar antes de partir.

Sí, llegar antes de partir...

No llegaba tarde, si no que todo pasaba antes de suceder.

Un adiós sin un hola.
Un final sin principio.
Un amanecer de ninguna noche.
Una muerte sin vivir.

Sin pasión ni compasión ante un entorno que lo ignoraba en su ignorancia.

Vueltas y más vueltas hacia el mismo lugar, hacia el punto de partida, hacia el inicio continuo de tiempos que pasan pasando el tiempo que nunca pasa.

Ridícula continuidad amarrada como mula a una noria, que pisa y pisa sus pisadas, hasta que hay que rellenar el surco de los pasos para que no se haga tan profundo que ya no pueda caminar. Sin importar cuántas pisadas pisó o pisará, cuantos giros giró o girará, cuantos despertares despertó o despertará.

Bebé anciano que ya murió porque pasaron doscientos años al nacer, y que vino en el instante en que su descendencia ya era un árbol genealógico convertido en una selva, donde los progenitores se pierden en una maraña de ancestros enterrados por los siglos ya pasados antes de su nacimiento.

El estómago se le revolvió con la costumbre de algo que ya no se siente porque sucede desde hace una eternidad.

Abrió las fauces sin pestañear y, de nuevo, vomitó un cuco astiado que berreó y volvió a su lecho para descansar otros tres mil seiscientos segundos.

Como siempre.

Sin saber cuánto hacía

Sin saber cuánto hará.

Impasible.

Implacable.


parawallo
31 de agosto de 2015