jueves, 6 de agosto de 2009

paranoia



Estaba inmóvil, sentado en el sillón, con la espalada erguida y las rodillas flexionadas en un perfecto ángulo de noventa grados, los pies juntos, la mirada fija en el teléfono situado sobre la mesa que había pegada al sillón. Las manos, también inmóviles, extendidas sobre sus muslos. De vez en cuando, el dedo índice de su mano derecha se movía rápidamente arriba y abajo, no más de tres o cuatro segundos, golpeando el muslo. Era lo único con movimiento dentro del minúsculo salón; ni siquiera los párpados se movían para pestañear, como si no quisiera parar de mirar al teléfono ni una millonésima de segundo. Tampoco había ruido, el silencio absoluto sólo era interrumpido de vez en cuando por el leve sonido del dedo índice golpeando rápidamente su muslo. ¿Cuánto tiempo pasó; una hora, dos; cinco, seis?; quizás más porque sentía hambre y sueño, pero allí seguía, inmóvil y en silencio, sin pestañear, mirando al teléfono.

Tras un rato, que muy bien pudieron ser más horas, el silencio fue fulminado por el estruendo del timbre del teléfono.

Ni parpadeó.

Sonó una vez y calló. Movió el índice y paró justo el instante que el timbre calló. Volvió a sonar y calló. Volvió a mover el índice y paró. Volvió a sonar y calló. Volvió a mover el índice y paró.

¿Cuántas veces sonó; diez, once, doce?

Volvió a sonar y calló. Volvió a mover el índice y paró.

Ya no sonó más.

Volvió a mover el índice y paró. Silencio. Seguía mirando al teléfono. Un minuto, dos, una hora. Volvió a mover el índice y paró. Volvió a mover el índice y paró. Volvió a mover el índice y paró.

De repente, con un movimiento de brazos insultantemente veloz, cogió el teléfono con ambas manos, lanzándolo contra la pared y volviéndolas a la misma posición antes de que aquél se estrellase haciéndose añicos.

Estaba inmóvil, sentado en el sillón, con la espalada erguida y las rodillas flexionadas en un perfecto ángulo de noventa grados, los pies juntos, la mirada fija en la mesa donde un instante antes había estado el teléfono. Las manos, también inmóviles, extendidas sobre sus muslos.

Volvió a mover el índice y paró.

Volvió a mover el índice y paró.

parawallo
06 de agosto de 2009

1 comentario:

Maite dijo...

También me encanta.Yo saco muchas conclusiones muy chulas cada vez que lo leo.Un besazo.