lunes, 29 de septiembre de 2008
el vuelo de los ángeles
A los habituales se les identifica al instante porque rápidamente están leyendo su libro o tecleando su agenda electrónica.
A los que comienzan se les ve esa inconsciente sonrisa perpetua por lo que se avecina.
A los que finalizan se les adivina en sus miradas perdidas las instantáneas que recuperan de su cerebro; en su rostro se dibuja una mueca mezcla de satisfacción por lo recién vivido y tristeza porque ya acabó.
Los niños alborotan, tocan e investigan todo, sin preocuparse si para ellos es el principio o el fin, sólo les importa saber para qué sirve este botón, qué es esa palanca, qué significa esa luz o por qué esas personas de uniforme no paran de ir de acá para allá por el pasillo mirando a todo el mundo.
Poco a poco, unos y otros dejan de conformar ese caos controlado que supone situarse donde debes en un espacio tan reducido en el mínimo tiempo posible. El movimiento va disminuyendo hasta casi desaparecer por completo y la calma sólo se ve interrumpida por esas personas de uniforme que no paran de ir de acá para allá por el pasillo mirando a todo el mundo.
Las puertas se cierran. Los altavoces empiezan a escupir un sonido nasal, parecido a una voz, que resulta muy difícil de traducir a cualquier lengua conocida pero que, sin duda, significa que todo está preparado y en orden.
Los habituales siguen leyendo o tecleando sin inmutarse, como si estuvieran cómodamente en el sofá de sus casas.
Los que comienzan giran su cabeza a un lado y a otro, con excitación, como analizando y diseccionando todo lo que les rodea.
Los que finalizan miran con nostalgia mucho más allá de lo que se puede ver.
Los niños siguen preguntando por ese botón, esa palanca, esa luz; y continúan intrigados con esas personas de uniforme que no paran de ir de acá para allá por el pasillo mirando a todo el mundo.
Tras el último giro los corazones siempre laten de otra manera. Todas las miradas se parecen. Hasta los habituales despiertan de su éxtasis y alzan la vista un instante para mirar al exterior. Esa pareja que aún no ha cumplido una semana de casados, y que inicia su luna de miel, entrelaza sus manos mirándose sonrientes y satisfechos. Los niños se hunden en su asiento y callan, mientras se preguntan dónde estarán esas personas de uniforme que no paraban de ir de acá para allá por el pasillo mirando a todo el mundo.
Por encima de las cabezas, junto a los ahora mudos altavoces, unas ráfagas de aire frío comienzan a salir con más fuerza.
Confusión.
Resplandor.
Oscuridad.
Silencio.
Dolor.
Vacío.
Nada.
Dedicado a la memoria de todas las víctimas del vuelo JK5022 de Spanair y a cualquier persona que directa, indirecta o psicológicamente se haya victo afectada por la catástrofe.
parawallo
21 de agosto de 2008
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